miércoles, 6 de junio de 2012


LA GRAN OCASIÓN: LA ESCUELA COMO SOCIEDAD DE LECTURA                                                                                               por GRACIELA MONTES planlectura.educ.ar/pdf/La_gran_ocasion.pdf
PLAN NACIONAL DE LECTURA


VALE LA PENA
Leer vale la pena... Convertirse en lector vale la pena... Lectura a lectura, el lector – todo lector,cualquiera sea su edad, su condición, su circunstancia…– se va volviendo más astuto en la búsqueda de indicios, más libre en pensamiento, más ágil en puntos de vista, más ancho en horizontes, dueño de un universo de significaciones más rico, más resistente y de tramas más sutiles. Lectura a lectura, el lector va construyendo su lugar en el mundo.
Lo que sigue es una reflexión acerca de esta lectura que vale la pena. Es también una propuesta: que la escuela se asuma como la gran ocasión para que todos los que vivimos en este país –cualquiera sea nuestra edad, nuestra condición, nuestra circunstancia…– lleguemos a ser lectores plenos, poderosos.
La lectura no es algo de lo que la escuela pueda desentenderse.



“ENSEÑAR A LEER”
¿Qué puede hacer la escuela con la lectura? ¿Qué papel puede desempeñar en el auspicio de los lectores? ¿De qué manera puede contribuir con ellos, alentar sus audacias, acompañarlos en sus titubeos, contribuir a su poética, fortalecerlos en su cualidad de sujetos de una experiencia y, a la vez, ayudarlos a ensanchar esa experiencia, prestar oído a las narraciones, las intervenciones, los registros, facilitar su ingreso al gran tapiz cultural y darles confianza en sus posibilidades para entretejerse en la trama? Y, si hay algo “enseñable” en esta experiencia de la lectura, ¿qué es? ¿Cuál es el papel del maestro, del bibliotecario? ¿Cómo intervienen? ¿Son mentores, socios, entrenadores, guías, acompañantes…? ¿En qué escenas de lectura se piensa? Fuera de la escuela suelen entablarse vínculos entre lectores avezados y lectores más novatos, y también muchos vínculos entre colegas lectores, pares lectores, que desempeñan un papel muy importante en la historia de un lector En general, salvo tal vez el caso del bibliotecario, son vínculos más o menos espontáneos, y muy variados. No están marcados por la edad –aunque eso a veces cuenta–, pero sí, a menudo, por la comunidad de lecturas, por el equipaje de preguntas, por los recorridos en el tapiz. Un adulto contándole un cuento a un niño. Un grupo de mujeres leyéndoles cuentos a los niños de un comedor comunitario. Una abuela que recuerda el pasado. Un hermano mayor, o más lector, un “loco de los libros” o un librero que recomiendan con entusiasmo un título… Alguien que cuenta una película, recita un poema, recorta un trozo del diario, subraya una palabra en un libro o cubre los márgenes con trozos de su lectio. Un cantautor. Una peña. Dos jóvenes descubriendo “a dúo” un poeta. Las escenas son múltiples, muchas veces casuales, y en general poco institucionalizadas. Pero la escuela es una institución, y una institución de tradiciones fuertes, donde el maestro ha sido colocado, las más de las veces, en el papel de “dador”. Ha sido, proverbialmente, el que tiene “la última palabra”, “el que sabe”. Muchas de esas cosas que se considera que el maestro “sabe”, cosas que tiene en su estantería, de las que puede echar mano, serán “bajadas” –donadas, administradas, regaladas– al aula. Así suele entenderse la cuestión cuando la idea que se tiene de enseñar es, básicamente, la de
“pasar información”, contenidos –archivos–, y métodos, maneras de hacer las cosas. 
Ese papel de “dador” entra en crisis cuando se piensa en la lectura como experiencia personal. El maestro, por mucho saber y muchas lecturas que tenga en su espacio personal, no será el constructor del sentido del otro. Puesto que, ya dijimos, cada uno construye personalmente su lectura, también los niños pequeñísimos que no saben leer y escribir… 
Pero entonces, si el maestro no puede “traspasar” su lectura a los alumnos que tiene ahí adelante (dijimos que le corresponde más bien contribuir a que cada uno de ellos cobre confianza, acepte el desafío y “lea por sí mismo”), si ni siquiera puede llevar un control fehaciente y minucioso –como pretende la llamada “comprensión del texto”– de todas y cada una de las lectio a que arribarán esos lectores que van entrando en confianza (dijimos que, en la medida en que dé la palabra a los lectores y desarrolle la escucha, podrá tener vislumbres, pero sólo vislumbres)… ¿cuál es su papel? ¿Qué hay de enseñable en la experiencia que está teniendo lugar en su aula, en su biblioteca? ¿Cómo puede intervenir él –de manera consciente, deliberada, no por casualidad sino como parte de su tarea diaria–, para favorecerla, ensancharla y enriquecer su trama? 



“NO ENTIENDEN LO QUE LEEN”
Todo lo dicho hasta ahora debería ponerse en juego para vérselas con la sentencia “No entienden lo que leen”. ¿Qué significa exactamente? ¿Qué es “no entender”?… Es posible que en una etapa muy precoz de la alfabetización signifique que, si bien se reconocen las marcas de la escritura, no se puede todavía saltar de las marcas a los significados… Pero en general lo que parecen querer decir los maestros y los profesores cuando dicen que los chicos “no entienden lo que leen” es que o bien no han construido un sentido –es decir, que “no han leído”– o bien han construido un sentido que se considera aberrante. Ese “no entender” es un muro contra el que parecen estrellarse los esfuerzos. Hay una clausura. Hay
algo que está cerrado. A “esos chicos” no hay forma de “abrirles la cabeza y meterles algo adentro”, se suele decir con una metáfora más bien cruenta… Aquí hemos tratado de mostrar que nadie se hace dueño de un texto que no ha pasado por él (aunque pretendan “abrirle la cabeza” y “meterle cosas adentro”). Que “entender” viene junto con “ser parte”, con “hacerse cargo”, con “apropiarse”, con trabajar para ligar eso que tiene uno ahí delante a la propia vida,
las propias significaciones acumuladas, las propias lecturas, la propia historia… Que, sin ese trabajo de construcción personal todo texto seguirá siendo ajeno y resbalará por la atención sin dejar huella. Que para “entenderlo” habrá que entrar en tratos con él, abrazarlo, explorarlo, hacerle frente… Que sin ese riesgo personal nada puede tener sentido. Y que, para afrontar ese riesgo, mejor que el descrédito es la confianza.  Los lectores se hacen a sí mismos, a mano, personalmente, y se hacen en la práctica, leyendo, aprovechando –cada uno a su manera– las ocasiones de desenchufar la máquina, “tomar distancia”, vestirse de lector y ponerse frente al texto con el ánimo de un jugador frente al tablero. Están frente a un trabajo importante y merecen respeto. Habrá que alentarlos y creer en ellos.




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