miércoles, 6 de junio de 2012


  Qué hacer para incentivar la lectura: algunas sugerencias para padres y maestros 
Siguiendo lo dicho, debemos conseguir un primer acercamiento, mostrar al niño 
o al adolescente, qué es lo que el libro le puede dar, que lo descubra o lo reencuentre.  
 Por otro lado, debemos despertar los intereses que todos tenemos y despertar la 
curiosidad y la necesidad de dar respuesta a esos intereses. 
Pero... ¿cómo despertar el interés? ¿cómo despertar la curiosidad? ¿cómo 
favorecer el conocimiento del libro, ese gran desconocido que a veces asusta o parece 
no traer nada bueno?  
Estas preguntas sabemos que son difíciltes de responder, y nos plantean muchas 
dudas... ¡qué sencillo sería si todos los problemas tuvieran solución!, pero sabemos que 
no es así, y sabemos que estas preguntas a veces no tienen una única respuesta que 
resulta adecuada para todos aquellos a los que les deseamos se hagan amigos del libro. 
Por eso, en principio sólo podemos dar algunas ideas que debemos ir adaptando a cada 
cual. Cuatro son, aunque son inseparables, las ideas esenciales que vamos a señalar: la 
gratuidad de Pennac, la necesidad de ser un buen modelo, el contagio de los intereses y 
la curiosidad. 

La gratuidad de Pennac.  
Tenemos que dar de leer y esperar, sin pedir nada a cambio. No medir avances, 
no controlar la competencia. Sólo hay que dar y esperar. Tenemos que dar tiempo a que 
el otro descubra lo de bueno que hay en la lectura, lo que le puede ofrecer, lo que le 
ofrece. No debemos pedir nada a cambio. 
Dar de leer, significa eso, dar de leer. Retomar las lecturas nocturnas con nuestros hijos, leer nosotros en clase y olvidarnos un poco del programa que tanto nos atosiga, leer al oído a nuestra pareja una tarde de lluvía que era imposible salir a la calle.  
Y no pedir nada a cambio, significa eso, no pedir nada a cambio. No pedir que 
nos haga un resume, que nos explique que quería decir esta frase o este fragmento. Ir 
dejando que la magia vaya naciendo. Nos encanta una de las frases de Pennac, en la que 
recoge esplendidamente esta idea: dejamos ser sus contadores y nos convertimos en sus 
contables; ¡ahí... que cambio más nefasto! 
Los intereses, las aficiones se contagian como un buen resfriado 
¿Por qué a unos les gusta pintar, a otros escribir, a otros correr, a otros leer, a 
otros charlar con los amigos, a otros jugar, a otros la física... (así podríamos continuar 
un buen rato y seguro que olvidaríamos su afición)?  
Esta es otra pregunta que solemos realizar a los profesores a los que van 
dirigidos nuestros cursos: ¿conocéis a alguien que tenga una gran afición? Y todo el 
mundo conoce a alguien y todo el mundo coincide en que a ese alguién le brilla la 
mirada cuando hace aquello que le gusta, cuando habla de su afición, desprende una 
ilusión, un disfrute especial que casi es contagioso. Da gusto tener cerca a una persona 
así, da gusto verlos disfrutar. Unos con su guitarra, otros con su pintura, otros con sus 
plantas, otros... Y a nosotros que estamos cerca, casi nos dan ganas de ponernos a ello, 
sólo faltaría que nos dejara el píncel y seguro que nos poníamos a ello con el mismo 
entusiasmo que él mismo. 
Con la lectura, pasa algo parecido. Pero ya nos vamos a la tercera idea. 
Ser buenos modelos 
Y siguiendo con lo que decíamos, ¡cómo disfrutamos con esos libros!, cómo se 
nos puede escapar una sonrisa picara por  un comentario burlón del escritor, unas 
lágrimas de risa por unas situaciones inverosímiles, unas lágrimas de tristeza porque 
realmente llegamos a sentir pena... Todo eso,  no lo ve el que está cerca nuestra. En 
ocasiones lo tenemos que hacer saber. ¿Cuántas veces hemos hablado, con nuestro hijo 
o con nuestros alumnos, de un libro que nos encanta, por todas esas sensaciones que nos 
despertó? La verdad que muy pocas, o ninguna. Es necesario que ellos vean que 
realmente disfrutamos con el libro, y que vean por qué motivos. 
Es necesario, que conozcan nuestra personalidad como lector, que en ocasiones 
se lo digamos directamente, y que en ocasiones nos vean con un libro entre las manos,  que nos vean reirnos sin decirles nada, que nos vean un libro debajo del brazo que 
dejamos allí sobre la mesa a espera que esa mirada curiosa se acerque a él en respuesta a 
esa pregunta que se ha hecho... ¿y de qué se reirá?.  
Como vemos, ya nos hemos metido, en la cuarta idea. Sí que eran inseparables. 
Despertar la curiosidad 
Sí esas que hemos dicho pueden ser algunas ideas que nos ayuden a despertar la 
curiosidad. Porque la curiosidad se despierta, es algo que tampoco se puede imponer. 
Eh! niño sé curioso. 
La curiosidad se despierta unas veces haciendo preguntas y no dando todas las 
respuestas, otras veces dando todas las respuestas que sabemos; otras veces leyendo un 
trozo de un texto dejándolo en el momento  esencial. La curiosidad sobre todo se 
despierta dejando un halo de incertidumbre. 
Es curioso, aquel que quiere descubrir. Es curioso aquel que se hace preguntas.  
Además de las ideas que ya hemos concretado, señalaremos a continuación 
algunas otras actividades que nos pueden ayudar a favorecer este gusto por la lectura. 
Pero todas ellas pensamos deben buscar cuidar la persona en los dos sentidos que hemos 
señalados y deben seguir estas pautas de actuación generales. 
www.cesdonbosco.com/lectura/articulos/tellez/a1.pdf

No hay comentarios:

Publicar un comentario